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El pasado domingo 5 de octubre se celebraron elecciones municipales en Bosnia-Herzegovina, que tendrán continuación con las generales de 2010.

La importancia de las mismas es mayor de lo que pueda parecer por el hecho de ser municipales, ya que Bosnia es todavía un país atípico y quizás no lo deje de ser nunca.

A pesar de la firma del Acuerdo de Estabilización y Asociación, el pasado mes de junio, la inestabilidad que lo caracteriza puede fragmentarlo en un periodo de corto tiempo.

Estas elecciones suceden a las legislativas y presidenciales del 1 de octubre de 2006 que tantas esperanzas generaron en los partidarios de unificar realmente el país, que soñaban con la reforma de una Constitución diseñada para detener la guerra y para hacer viable el propio Estado.

Curiosamente, el pasado abril, el Parlamento bosnio rechazó una iniciativa para reformarla, fortalecer el gobierno central y establecer una única jefatura del Estado que sustituyera a la actual presidencia tripartita.

En estos momentos desempeña el cargo el bosnio Haris Silajdzic (lo comparte con el croata Zelijko Komsic y el serbio Nebojsa Radmanovic), mientras que la jefatura de gobierno recae en el serbio Nikola Spiric, desde que en febrero sustituyó al musulmán Adnan Terzic.

Las fuerzas políticas de Bosnia-Herzegovina deben tener cambios tras estas elecciones municipales y ante el horizonte de las generales de 2010.

El proceso de reforma política del país está en una momento crítica; la reforma constitucional es hoy por hoy imposible; las entidades étnicas impregnan toda la política del nuevo Estado; los recelos y las desconfianzas lastran cualquier tipo de acuerdo; las responsabilidades de la guerra y el acusado victimismo de todas las partes envenenan la posibilidad de un camino común; el monstruo nacionalista que cobró fuerza tras las elecciones de 2006 contribuye al estancamiento de las posiciones y a cuestionar permanentemente al Estado; la reconciliación entre las partes está más distante que nunca, y, finalmente, enmarcando todo ello, aparece el engendro que parió Dayton y que se sumó a la interesada y dañina política occidental respecto a Yugoslavia.

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