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Después de destrozar el muñeco se ha pretendido que cada una de sus partes secundarias (brazos, piernas, cuello, torso) funcione sin el corazón y la cabeza.

No sabemos cuál de ellas puede representar a Bosnia-Herzegovina, pero sí entendemos que unir un brazo a una pierna no es operativo nunca.

Y esto es lo que se pretendió en Dayton, para salir del paso, creando una especie de Estado confederal integrado por dos entidades estatales, una de las cuales es, a su vez, una federación de dos entidades políticas, cada una de las cuales integra cantones con una gran autonomía y numerosos ayuntamientos.

En fin, innumerables estratos y subestratos administrativos para lo que no es ni un Estado, a pesar de que así lo creamos, y que necesitarían de unos recursos económicos y de una transparencia política y administrativa que es impensable hoy por hoy.

Los ciudadanos europeos, los de la UE, estamos siendo bombardeados sistemáticamente con la información sesgada de que cada vez hay más personas y fuerzas políticas en Bosnia-Herzegovina que trabajan para conseguir una verdadera comunidad y un consenso generalizado.

Curiosamente sorprenden estas informaciones con el predominio de las opciones étnicas y con unos partidos políticos que claramente las representan y que dominan todo el panorama político del supuesto país.

Los recientes comicios así lo han ratificado y en la elección de concejales y alcaldes de los 149 municipios han triunfado los nacionalistas del Partido de Acción Democrática y Partido para Bosnia Herzegovina (musulmanes), la Unión de Socialdemócratas Independientes (serbio) y la Comunidad Democrática Croata.

El consenso es imposible y el tiempo lo dejará claro. Ni el pegamento de la UE consolidará a largo plazo un Estado frankenstein cuyas partes se rechazan entre sí, y ello a pesar del ya citado Acuerdo de Estabilización y Asociación. Cuando se pone como ejemplo de nacionalismo extremo en el mismo a los serbios de la República Srpska,

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